Un día Joaquín lloraba a mares. Era muy chiquito, algo así como 3 años... se había enojado con todos, no quería nada de nada, se ofendió mucho y se metió en el garage de los abuelos... Estaba lleno de cachivaches (esa palabra que me encanta para delimitar cierto tipo de objetos). Entre ellos, montón de cajas mías de mi mudanza para la futura casa... Años de encierro de los cachivaches y objetos personales que, arrumbados en un garaje, se convierten en más cachivaches… (En esa época no me gustaba ver a los chicos llorar... ahora me acostumbré al llanto SINRAZÓN...). De una de las cajas asoma una piernita de tela y pie de madera… las marionetas que nos habían traído mis viejos de Praga… En eso saco una de ellas y repentinamente cobra vida… se empieza a mover y Joaco para de gritar y llorar, sonríe, muuuuy levemente… La marioneta camina tambaleándose hacia las piernas de Joaco, que estaban flexionadas para esconder su cabeza y hacían de muralla contra el universo hostil de la incomprensión humana… la Marioneta escala sus piernitas, despacito, él la mira fijo, sonriente… al llegar a la cima-rodilla ella se acuesta y comienza a roncar y con ello se esfuma la bronca, el llanto, el enojo, todo… Ese día aprendí algo: a veces el lenguaje más eficaz no son las palabras.
Te quiero Joaquín… hermoso momento que saqué del rincón de tus recuerdos…
Tía Paula
Durante estos tres años viví al ritmo de tus sonrisas. No sé cómo siempre tenías una sonrisa para darnos. Todas la sonrisas en las que te retrato, volvíamos de una quimio, un pinchazo, una anestesia, un "tatuaje", los rayos, o habías estado volando de fiebre, o con innumerables vómitos, con cansancio, malestar, diarrea, dolor de cabeza, dolor de panza, de espalda o de hueso, pero siempre cuando se terminaba nos dabas tu mejor sonrisa. Al lado nuestro siempre estaba tu "Hombrecito del azulejo"